Para los que seáis de la zona del Órbigo, la
fábrica de fundas para botellas os resultará una imagen familiar. Para los que no seáis de por allí,
quizá no. En todo caso, la finca “Villa Blanca”, dónde se situó la fábrica,
tiene una historia legendaria.
Santiago Villamil era un joven astorgano de familia
pudiente. Estamos hablando de principios del siglo XIX. Muchos años más tarde,
Luis Alonso Luengo, cronista oficial de Astorga, relata en su novela “La invisible
prisión” la vida aventurera de este hombre especial, cuya huella aún está
visible en Hospital de Órbigo. ¿Cuánto hay de real en lo que cuenta Alonso
Luengo, y cuanto de ficción literaria? En todo caso, la historia es fascinante.
Santiago Villamil no era ningún ejemplo de virtudes. Gustaba
de la compañía de las mujeres de vida alegre, en los suburbios de Astorga, y el
juego le gustaba tanto cómo el trato de las gentes de mal vivir. Un día, en
medio de esa vida sin freno, se cruza en su camino Blanca Juana Manrique, una
bella joven de 18 años… y los dos se enamoran perdidamente. Por supuesto, con
la oposición de ambas familias. La de él, porque no le veían preparado para
afrontar un compromiso serio, ni matrimonial ni de ninguna otra clase. Y la de
ella, porque mentar en Astorga a Santiago Villamil era mentar al demonio.
A Santiago no se le pone nada por delante, y un día, a la
salida de misa, Blanca Juana desaparece. Y Santiago. Se han escapado juntos,
aunque su padre consigue localizarlos en León. Una acción así, en aquella
época, obligaba a los autores de tal atrevimiento al matrimonio o a la cárcel.
Por supuesto eligen lo primero, y el matrimonio se realiza. Pero el padre de
Santiago pone una condición. Le da a su hijo una fuerte suma de dinero para que
se vaya a Valladolid a estudiar derecho, quedando Blanca Juana en Astorga, y
exigiendo a Santiago la promesa de un cambio absoluto de conducta. Y Santiago
se compromete.
Y el compromiso dura… unas pocas horas. Las que tarda la
diligencia en viajar desde Astorga a Valladolid. Porque, nada más llegar,
Santiago se sienta a la mesa de juego, y pierde hasta el último real que le
ha dado su padre.
Así consta en unas supuestas memorias de Santiago Villamil que Luis Alonso Luengo incluye en su novela. Y también consta que Santiago, espantado de lo que acababa de hacer, vende sus pocas pertenencias y se va a Cádiz, dónde se enrola en un barco camino de América.
Blanca Juana queda en Astorga, desolada, abandonada por su
pródigo marido. Y un día, inesperadamente, seis años
después, se recibe un dinero a su nombre, en un banco de Astorga. Por supuesto, el remitente del dinero es Santiago. Ella no lo recoge, y se van produciendo sucesivos
envíos de fondos que se van acumulando. Sigue pasando el tiempo, y quince años
más tarde… aparece Santiago de nuevo en Astorga. Ahora es un caballero rico,
que viene de las Américas poseyendo una gran fortuna.
Blanca Juana, de momento, no se manifiesta. Santiago ha
realizado varias inversiones al volver a España, y es en lo que se ocupa. Y
cuando un asunto urgente le hace emprender viaje, tiene un accidente en
Hospital de Órbigo. Nadie resulta herido, pero tiene que pernoctar en la Villa
mientras reparan los daños del carruaje. Un equívoco, digno de una comedia de
enredo, le lleva a aceptar la hospitalidad de una conocida dama de la localidad, ya que
su criado confunde la casa de la señora con la posada. Todo se aclara, y
Santiago acepta la hospitalidad de la señora, que reúne en su casa a los
personajes más importantes de la Ribera. Y Santiago queda totalmente
conquistado por la Villa de Hospital de Órbigo, decidiendo instalarse allí.
Así nació Villa Blanca, muy cerca del río, en el camino
hacia San Feliz. En honor de Blanca Juana Manrique, a la que quiere recuperar,
Santiago le pone ese nombre a una casa que construye aprovechando las
instalaciones de un antiguo molino. Los terrenos circundantes se convierten en
tierras de labranza, realizando una gran inversión. Compra tierras linderas con
la suya, trae un jardinero francés, sin reparar en gastos. Quiere un palacio
para su princesa.
Y Blanca Juana vuelve, e intenta retomar la convivencia…
pero, pasado un tiempo, el esfuerzo se malogra. Cuando años más tarde aparecen las memorias de Santiago Villamil, y su
diario, se dan algunas pistas para explicar el por qué de ese fracaso.
Volvamos hacia atrás en el tiempo, cuando nuestro protagonista se fue a América, asustado, después de haber jugado, y perdido, el dinero que su padre le había dado para terminar su carrera de derecho. Allí, después de algunos trabajos que sólo le permiten sobrevivir, se enrola como administrador en un barco negrero. Recordemos que estamos en pleno siglo XIX, y la trata de esclavos es una actividad muy próspera. Poco a poco va haciéndose con los entresijos del negocio, y se asocia con un vizcaíno que tenía la base de sus asuntos en La Habana. Allí, ambos socios juntan una fortuna con el negocio de esclavos, y Santiago vive rodeado de lujos. Se vuelve un hombre déspota, y tanto su socio cómo él tratan a los negros peor que al ganado.
Volvamos hacia atrás en el tiempo, cuando nuestro protagonista se fue a América, asustado, después de haber jugado, y perdido, el dinero que su padre le había dado para terminar su carrera de derecho. Allí, después de algunos trabajos que sólo le permiten sobrevivir, se enrola como administrador en un barco negrero. Recordemos que estamos en pleno siglo XIX, y la trata de esclavos es una actividad muy próspera. Poco a poco va haciéndose con los entresijos del negocio, y se asocia con un vizcaíno que tenía la base de sus asuntos en La Habana. Allí, ambos socios juntan una fortuna con el negocio de esclavos, y Santiago vive rodeado de lujos. Se vuelve un hombre déspota, y tanto su socio cómo él tratan a los negros peor que al ganado.
El vizcaíno, (Alonso Luengo le llama Goyeneche, pero no
podemos dar ese nombre por verdadero, dado que a lo largo del libro descubrimos
otros personajes reales a los que el autor ha
rebautizado a su antojo) es un hombre duro y cruel, igual que Santiago,
pero trata a éste como a un hermano.
Procuran no viajar nunca juntos, para evitar riesgos. Con frecuencia, cuando el
que se ha hecho a la mar es Goyeneche, Santiago visita su casa, y es recibido
por su esposa, Juana, una bella mulata a la que Goyeneche ha colmado de lujos.
El socio de Santiago no se fía de nadie, celoso. De nadie, excepto de
Santiago… y ese es su error, porque la
mujer se enamora perdidamente del socio de su esposo.
En uno de esos viajes a África, deciden hacer una excepción,
debido a la envergadura de la operación, y viajan juntos. Y la suerte no les
favorece. Son atacados por un barco inglés, que persigue a los barcos negreros.
Para aligerar el buque, sin piedad, tiran al mar una gran parte de la carga de
seres humanos, pero finalmente se produce el abordaje. Santiago y su socio
huyen en el último momento en un pequeño bote, y empieza una larga travesía en
solitario hacia Cuba, con pocos víveres y poca agua. En un momento dado, el
vizcaíno se desespera, y cree que va a morir. Y confiesa a Santiago su gran
secreto.
Goyeneche (si es que ese era su nombre real), en uno de sus
viajes a África a la búsqueda de esclavos, se ha hecho con la propiedad de una
mina de diamantes, pero no se lo ha dicho a nadie, ni siquiera a su esposa. Confía
en Santiago, y le entrega los documentos del yacimiento, encargándole que, si el no sobrevive, se los entregue a Juana y le ayude a explotarlo. Santiago acepta el
encargo, y cuando las provisiones se están acabando, llegan a Cuba.
Y Santiago comete una infamia incalificable, allí mismo, en
el pequeño bote, a la vista de la ansiada costa, asesina a su socio, arroja el
cadáver por la borda, y se queda con los documentos de propiedad del yacimiento.
Cuando llega a Cuba, relata a la viuda de Goyeneche una versión de su muerte
muy distinta de la realidad. Y le notifica que abandona Cuba y deja en sus manos los negocios, y que se marcha a lejanas tierras. La bella mulata no
deja de sentir la muerte de Goyeneche, pero ya se estaba haciendo la ilusión de
poder unir su vida a la de Santiago… y se queda asombrada. Le maldice mil
veces, con toda la fuerza de su ascendencia africana, y sospechando la verdad
que no puede probar.
Santiago se va de Cuba, y amasa una gran fortuna explotando la mina de diamantes de su socio. Y así aparece un día en España, y con ese capital, construye Villa Blanca, adquiere los terrenos que la rodean e intenta reconquistar a Blanca Juana. Pero, todas estas vivencias han minado su espíritu, y le han vuelto un hombre con quien la convivencia es casi imposible. Además, los negocios, después de un arranque aparentemente próspero, empiezan a decaer. Las demás inversiones tampoco van bien, y todo ello hace de Santiago un hombre insoportable. Y Blanca Juana toma un día su carruaje, y dejando una carta para su marido, le abandona.
Santiago se va de Cuba, y amasa una gran fortuna explotando la mina de diamantes de su socio. Y así aparece un día en España, y con ese capital, construye Villa Blanca, adquiere los terrenos que la rodean e intenta reconquistar a Blanca Juana. Pero, todas estas vivencias han minado su espíritu, y le han vuelto un hombre con quien la convivencia es casi imposible. Además, los negocios, después de un arranque aparentemente próspero, empiezan a decaer. Las demás inversiones tampoco van bien, y todo ello hace de Santiago un hombre insoportable. Y Blanca Juana toma un día su carruaje, y dejando una carta para su marido, le abandona.
Un día, Santiago informa a todos los que le rodean que
liquida sus negocios y se va a Londres, donde le requieren asuntos de
importancia. Salda cuentas con sus empleados (con sus principales proveedores no, puesto que
ya no le es posible), y visita a sus amigos de Hospital de Órbigo, para
despedirse, cómo tenían por costumbre los ciudadanos de buena crianza de la
época. Incluso recibe un encargo de uno de sus vecinos, que le encomienda pasar
por el establecimiento que el Relojero Losada tiene en Londres para recoger un
cronómetro.
El relojero leonés José Rodriguez de Losada. Foto Diario de León. |
Pero… su propósito es muy diferente. Cuando termina su ronda
de visitas, se retira a Villa Blanca. Enciende las luces de todas las
habitaciones, y las recorre de una en una. Y poco después, se oye una
detonación. Santiago Villamil yace muerto en su cama, después de dispararse un
tiro en la sien. La piedra del anillo que luce su mano está rota, quizá por
alguna torpeza ocurrida en el momento de accionar la pistola. Los criados que descubren
el cadáver no lo saben, pero esa sortija se la había regalado Juana, la bella
mulata cubana esposa de su socio. Y cuando lo hizo le aseguró que en la sortija
estaba la suerte de su dueño, suerte buena o mala. Y que la rotura de su piedra
era el augurio de una muerte cierta. Juana, despreciada, había lanzado su maldición sobre el destino de Santiago. Y esa maldición se había cumplido.
Esta es la historia que Luis Alonso Luengo nos relata en su
libro “La Invisible Prisión”, y al terminar de leerlo no pude hacer otra cosa
que ir hasta Hospital de Órbigo y visitar el lugar. En el prado junto a la casa
aún se alza la impresionante sequoia que plantó Santiago, junto con otros
árboles, aunque algunos hayan desaparecido por el transcurso del tiempo. Sin
duda, una gran parte de lo que relata el libro forma parte de la creación
literaria, pero, la casa allí está, y es real, y el indiano vivió allí, y fue
real. Y los hechos, en su mayor parte, ocurrieron realmente.
¿Y Blanca Juana Manrique, la esposa dos veces desairada? Los
vecinos y amigos de Villamil intentaron localizarla, para informarle de la
terrible noticia, pero nadie fue capaz de dar con su paradero. Su casa de
Astorga permanecía cerrada desde el día en el que su dueña había aparejado el
carruaje para dirigirse a Hospital de Órbigo, para retomar su convivencia con
Santiago Villamil, con el resultado fallido que conocemos.
Años más tarde, nuevas familias se instalaron en Villa Blanca, y otras sagas familiares se crearon alrededor de la casa, y aun la ocupan. En los mismos almacenes que Villamil construyó junto a la mansión, se instalaron otras industrias, entre ellas la fábrica de fundas de paja para botellas que fue conocida en toda la ribera.
Pero, entre los recuerdos de esas nuevas familias, que después de cien años de implantación ya forman parte del lugar, no ha desaparecido totalmente la sombra de Santiago Villamil, el indiano, e incluso hay quien afirma que es posible que su cuerpo repose en los terrenos que rodean Villa Blanca, a pocos metros del Órbigo.
Años más tarde, nuevas familias se instalaron en Villa Blanca, y otras sagas familiares se crearon alrededor de la casa, y aun la ocupan. En los mismos almacenes que Villamil construyó junto a la mansión, se instalaron otras industrias, entre ellas la fábrica de fundas de paja para botellas que fue conocida en toda la ribera.
Pero, entre los recuerdos de esas nuevas familias, que después de cien años de implantación ya forman parte del lugar, no ha desaparecido totalmente la sombra de Santiago Villamil, el indiano, e incluso hay quien afirma que es posible que su cuerpo repose en los terrenos que rodean Villa Blanca, a pocos metros del Órbigo.