Barquero,
el día en que esté esperándote en el puerto para contratar contigo
el viaje, voy a pedirte que me concedas una hora, una hora nada más.
Quiero una hora para ir hasta el Teatro Emperador, y detenerme un
momento delante de la puerta, a la distancia suficiente para ver el
anuncio. No importa que en ese momento no esté montado el panel, yo
siempre veré a John Wayne y James Stewart… o quizás a Elizabeth
Taylor y Richard Burton, eso depende del día que uno tenga.
Quiero
una hora para entrar en el Teatro mismo, pues entonces ya no tendré
problemas de puertas. Entraré a través de los cristales y de las
cortinas rojas, como la mujer de Max de Winter entraba en Manderley
en sus sueños, a través de la reja del jardín..
Vagaré
por el vestíbulo, y echaré un vistazo a los anuncios de las tiendas
que hay en las vitrinas, sin poner ningún interés, por supuesto,
igual que hace años. Quiero una hora para hacer todo eso, y pasear
por los corredores de la planta baja, disfrutando del desnivel que
tienen al llegar al final.
Volveré
al vestíbulo y subiré la escalera, dudando, como siempre si tomar
por un lado u otro. Pero, al final, siempre acabo subiendo por la de
la derecha, porque, como no hacer una paradita en el ambigú, hoy que
no hay colas. Antes de entrar a la zona de Principal, se impone
remolonear un poco por el espacio entre las dos escaleras, un rincón
por el que siempre sentí debilidad.
Allí
hay una pequeña entrada que supongo que conduce a la cabina de
proyección, pero ese es un santuario que nunca he hollado, y no voy
a hacerlo ahora.Mejor entraré a la planta de principal, y echaré un
vistazo al patio de butacas desde arriba, que es un placer.
Podía
entrar en algunos de los pequeños palcos de esta planta, pero mi
hora se vá cumpliendo, y faltan cosas por ver. Así que bajaré de
nuevo las escaleras, entraré al patio de butacas, pasando al lado de
ese guardarropa minúsculo, y me sentaré en la fila doce para poder
estirar las piernas sin que nadie me moleste. Volveré a levantar la
vista hacia la enorme araña, pensando lo que siempre piensa todo el
mundo, que el día que se suelte la vamos a tener. Cuando
me canse, (y es fácil cansarse en esas butacas, madre mía, que
empecinamiento en conservarlas), siempre sin entretenerse, ya sé que
no tengo mucho tiempo, sólo una hora para todo, bajaré por el
pasillo central hasta el escenario. Pasaré a los bastidores, y
buscaré la manera de bajar aquel telón que tenia pintado un
anuncio, ya no me acuerdo de qué tienda de muebles, en el que estaba
pintada una celosía, toda dividida en cuadraditos.
Un
amigo mío, que quizás esté por allí, porque ya fue a pasear
contigo una vez, puto Barquero, consiguió entrar una vez al Sancta
Sanctorum donde Velasco pintaba, y vio ese telón a medio hacer.
Siempre que íbamos al cine al Emperador me daba la brasa con lo
mismo. “No sabes como es de cerca esa celosía, parece real, que
finura de dibujo”. Siempre me decías lo mismo, pesado. Bueno,
todos nos repetimos de vez en cuando.
Ya
que estamos en el escenario, saldré a la calle de La Puerta de La
Reina por la salida de artistas, y seguiré aprovechando lo poco que
ya me queda de mi hora. Daré la vuelta a la esquina de
Independencia, y me acercaré a la puerta del anfiteatro. Bueno,
confieso que había escrito ya “el gallinero”, pero al verlo
negro sobre blanco me pareció un poco tosco.
Subiré
aquella escalerona, que siempre se me hacia larga, y entraré a ese
semicírculo de butacas que es el punto mas alto del teatro. No puede
faltar la visita a los esquinazos de los extremos, pomposamente
llamados “palcos de anfiteatro”. En el de la derecha tuve el
honor de ver Ben-Hur, y acabé con un dolor de cuello importante. Por
la edad, ya puede andar por aquí, en esta fiesta de espectros, el
acomodador aquel que se cogía unos cabreos de miedo con todas las
gamberradas que hacíamos en el dichoso gallinero.
Y,
yá, poco más dá de sí esta hora que me has concedido. He obtenido
la satisfacción de ser el fantasma del Emperador. Sólo espero que
alguien me haya visto u oído, para que conste. Porque, ser el
fantasma y que nadie lo sepa, es como acostarse con Ava Gardner y no
contarlo. Para que todo hubiera salido redondo, tendría que haber
estado alguien limpiando el teatro, o efectuando alguna labor de
mantenimiento…Imagino
los comentarios: “Te lo juro, lo ví con mis propios ojos”.
Todo
se acaba alguna vez. Saldré de nuevo a la calle, y buscaré de nuevo
la orilla en la que me esperas. No es trabajoso encontrarla, siempre
está ahí ese puertecillo cuando llega la hora de embarcar. Pero, no pongas cara de hastío, ya se que esperas que te haga la pregunta que te hacen todos, esa pregunta tonta: "¿Barquero, cómo es la otra orilla? Yo ya se que la otra orilla es igual que esta, sobre todo desde que vi "Don Juan en los infiernos", de Gonzalo Suárez. Así que, calla y rema, si quieres, Parco cabrón, y tengamos la fiesta en paz.
Javier Garnica Cortezo.
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